El Laberinto del Duelo: Tiempo, Memoria y Pérdida

ARTE LIBRE Y DUELO

Danitze Velasco

9/13/20242 min read

El amor y el dolor, cuando se mezclan con la dependencia, se convierten en un espejo roto: refleja el deseo de completud, pero ofrece solo fragmentos distorsionados de lo que pudo ser.

La pérdida, en cualquier forma que adopte, siempre deja una marca en nuestra identidad. No importa si hablamos de la pérdida de un ser querido, un amor o incluso una versión de nosotros mismos que ya no reconocemos. El duelo nos confronta con lo que ya no está, y en ese vacío se abre un laberinto de emociones, recuerdos y preguntas sin respuesta.

Borges, uno de los grandes exploradores de la naturaleza del tiempo y la memoria, dijo alguna vez que “somos lo que hemos perdido.” En su obra, nos recuerda que la pérdida no es solo la desaparición de algo o alguien, sino una transformación en nuestra forma de entender el mundo. Lo perdido sigue moldeando nuestras vidas, proyectando una sombra sobre nuestra identidad. Pero en esa sombra también hay luz, porque nos invita a reflexionar sobre quiénes somos ahora y cómo lo que ya no tenemos nos define.

El duelo, entonces, no es un proceso lineal. Como un laberinto, nos encontramos girando entre el pasado y el presente, entre lo que fue y lo que pudo haber sido. En cada encuentro con el recuerdo, buscamos una respuesta a esa sed que llevamos dentro, una forma de entender por qué sucedió, qué podríamos haber hecho diferente. Pero, a menudo, solo encontramos espejos quebrados que nos devuelven nuestras propias carencias y nuestras preguntas.

Borges entendía que la memoria no es un archivo perfecto, sino una reconstrucción constante. Nos aferramos a los fragmentos que podemos salvar, distorsionando lo que recordamos, idealizando aquello que hemos perdido. En este sentido, el duelo no solo es por la persona o el objeto ausente, sino por la versión de nosotros mismos que se fue con ellos. En cada pérdida hay un duelo por la propia identidad.

El tiempo, en su eterna fluidez, también juega un papel crucial en el duelo. Nos promete que el dolor disminuirá, pero a menudo solo lo transforma. El pasado sigue viviendo en nosotros, reconfigurando nuestra experiencia del presente. A medida que navegamos por este laberinto de emociones, buscamos una salida que nos devuelva la paz. Pero como Borges sugiere, “la libertad no es el fin del laberinto, sino el acto de dejar de buscar la salida.”

Aceptar la pérdida no significa olvidar, sino convivir con la ausencia. Significa entender que lo perdido siempre será parte de nosotros, de nuestra memoria, de nuestra identidad. El duelo no es solo el cierre de un capítulo, sino la reinterpretación de lo que significa vivir sin lo que una vez fue esencial. En ese sentido, la memoria nos sostiene, pero también nos desafía a reconstruirnos, a redefinirnos.

En última instancia, el duelo es una búsqueda de sentido en medio del vacío, una caminata a través de un laberinto sin centro, donde cada paso nos acerca más a la comprensión de que no siempre encontraremos todas las respuestas.

Lo que hemos perdido sigue con nosotros, no como un peso que debemos cargar, sino como una parte vital de lo que somos y de lo que seremos.